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Asesinato en el Orient Express



Autora: Agatha Christie

Traducción de Eduardo Machado Quevedo

(238 pp.) – Editorial Planeta


Volver a Agatha Christie es para mí un refugio seguro que logra aislarme de todo y de todos para sumergirme de lleno en los universos que conforman cada una de sus obras. Siempre logra sumergirme en la atmósfera del tiempo y el lugar en el que todo transcurre y hasta creo conocer perfectamente a cada uno de sus personajes; siempre tan brillantemente perfilados, siempre tan peculiares y dotados de vida propia.

En esta ocasión, un atroz crimen es perpetuado en un tren en el que me encantaría viajar. Una tormenta de nieve lo mantiene aislado y parado en la oscura y silenciosa noche. El Orient Express, que partió de Estambul y en el que viaja Hércules Poirot, iniciaba su viaje de tres días hacia Europa.

Compartiendo ruta, uno de los pasajeros, Mr. Ratchett, un millonario estadounidense, dice a Poirot que su vida está en peligro. Le muestra una pequeña pistola que lleva siempre consigo para protegerse y le dice que quiere contratarlo para que averigüe quién le está amenazando, pero Poirot se niega, no le gusta la cara de Ratchett.

Y esa misma noche, poco antes de la 1:00 a. m., Poirot se despierta al oír un grito, que parece proceder del compartimento de al lado, ocupado por Ratchett. Cuando Poirot se asoma para ver que ocurre, observa al encargado del vagón, Pierre Michel, llamar a la puerta de Ratchett. Un hombre contesta en francés: Ce n'est rien. Je me suis trompé, que significa "No es nada. Me he equivocado" y el encargado se va a responder otra llamada. Poirot decide volver a la cama, pero no consigue dormirse porque el tren está parado e inusualmente tranquilo.

Mientras trata de volver a dormir, Poirot escucha a Mrs. Hubbard, tocar el timbre insistentemente. Poirot llama a Michel y le pide una botella de agua mineral y se entera de que Mrs. Hubbard cree que alguien ha entrado en su compartimento y que el tren ha quedado detenido a causa de una avalancha de nieve que ha bloqueado la vía. Poirot se despide de Michel y trata de volver a dormir, pero un golpe en su puerta le vuelve a despertar. Esta vez, cuando se asoma, todo está en silencio y solo ve a una mujer de espaldas que lleva un quimono escarlata, alejándose por el pasillo. A la mañana siguiente, Poirot es informado de que Ratchett ha sido asesinado, apuñalado doce veces mientras dormía. Monsieur Bouc le pide que se haga cargo de la investigación, ya que sabe que Poirot tiene experiencia con casos similares y todo lo que necesita para resolverlos es sentarse y reflexionar.

"Bouc ocupaba uno de los asientos del fondo. Frente a él, junto a la ventnilla, un individuo bajo y moreno contemplaba la nieve a través de los cristales. De pie, impidiendo el paso a Poirot, estaba un hombre de uniforme azul -el 'chef de train'- y, a su lado, el encargado de su coche cama.

-¡Ah, mi buen amigo! -exclamó Bouc-. Pase. Lo necesitamos.

El individuo sentado al lado de la ventanilla se apartó un poco. Poirot pasó por entre los dos empleados y se sentó frente a su amigo.

La expresión de monsieur Blou le dio mucho que pensar. Era evidente que había ocurrido algo inusitado.

-¿Qué sucede? -preguntó.

-Cosas muy graves, amigo mío. Primero, la nieve que nos ha detenido. Y ahora...

Hizo una pausa y el encargado del coche cama dejó escapar una especie de gemido ahogado.

-Y ahora ¿qué?

-Y ahora un pasajero aparece muerto en su cama, cosido a puñaladas. -Bouc hablaba con una especie de resignada desesperación.

-¿Un pasajero? ¿Qué pasajero?

-Un norteamericano. Un individuo llamado... llamado... -consultó unas notas-: Ratchett, ¿no es eso?" (Vid. Pp. 44 y 45).


Comienza pues para el meticuloso Poirot un nuevo caso en el que cada detalle será crucial.

"Poirot y el doctor Constantine se dirigieron al compartimento donde estaba el cadáver. El encargado del coche cama les abrió la puerta.

-¿Lo han desordenado mucho? -le preguntó Poiror al médico.

-No se ha tocado nada. Tuve mucho cuidado.

El detective asintió mirando a su alrededor. Lo primero que le llamó la atención fue el frío. El cristal de la ventanilla estaba bajado y la cortina levantada.

Poirot se estremeció y el médico sonrió comprensivamente.

-No quise cerrarla.

-Tenía usted razón. Nadie abandonó el coche por aquí. Posiblemente, la ventanilla abierta pretendía sugerir tal hecho, pero, si es así, la nieve ha burlado el propósito del asesino.

Poirot examinó cuidadosamente la ventanilla. sacó una cajita e su bolsillo, la abrió y echó un polvo blanco sobre el marco.

No hay huellas dactilares, pero aunque las hubiera, nos dirían muy poco. Serían de Ratchett, de su criado o del encargado. Los criminales no cometen torpezas de esta clase en estos tiempos. Podemos cerrar a ventana. aquí hace un frío insoportable. " (Vid. Pág. 57).


Poirot tendrá en cuenta la hora que queda en el reloj, un pañuelo, la portadora del quimono y mucho más. La telaraña irá dejando ver que el asesinado había matado a Daisy y ese podría ser el motivo de una fría venganza que acabase con su vida. Toda la segunda parte la ocupan las declaraciones de los doce pasajeros. El increíble detective encontró un fragmento de una carta en el camarote y todo va encajando de tal manera que, como desenlace y solución propone dos posibilidades. La primera de las explicaciones señalaría como culpable a un asesino que se subió en el tren en la última parada con el firme propósito de acabar con él. La segunda hipótesis es que todos son culpables, cada uno de una de las doce puñaladas que acabaron con su vida. Poirot revela que todos los pasajeros eran familiares, sirvientes o amigos de la familia Armstrong, o tuvieron relación con el caso. Todos quedaron profundamente afectados por la muerte de Daisy y sus consecuencias. Decidieron ser ellos mismos los verdugos de Cassetti (verdadero nombre del difunto) para vengar un crimen que la ley no pudo castigar.

Poirot entonces pide a monsieur Bouc que escoja una de las dos explicaciones y él decide que la primera explicación es la que darán a la policía. Por compasión hacia la familia Armstrong, Poirot y el doctor Constantine aceptan. Con su labor concluida, Poirot anuncia que tiene "el honor de retirarse del caso".



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