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Flores en el ático


Autora: Virginia Cleo Andrews

Traducción de Jesús Pardo

(473 pp) – Ed. Salvat S.L., 2016

Título original: Flowers in the Atic.

Primero de los libros de la SERIE DOLLANGANGER.

Leí este primer libro de la serie en el año 2006 y hace unos días, quise volver a ella, pues no la había terminado y quería conocer la historia de los hermanos, seguirla y revivir lo que sentí hace tanto tiempo ya.

En Flores en el ático conocemos a los cuatro hermanos. Todavía su futuro no se había perfilado y vivían felices con sus padres. Pero... en nada, todo cobrará un giro inesperado que les llevará al dolor, a la soledad y a la privación de una infancia que les fue arrebatada sin piedad.


Cathy, la segunda en edad de los cuatro hermanos, será la que nos cuente en primera persona todo lo ocurrido. " Cuando era joven, a principios de los años cincuenta, creía que la vida entera iba a ser como un largo y esplendoroso día de verano. Después de todo, así fue como empezó. No puedo decir mucho sobre nuestra primera infancia, excepto que fue muy agradable, cosa por la cual debiera sentirme eternamente agradecida. No éramos ricos, pero tampoco pobres. Si nos faltó alguna cosa, no se me ocurre qué pudo haber sido; si teníamos lujos, tampoco podría decir cuáles fueron sin comparar nuestra vida con la de los demás, y en nuestro barrio de clase media nadie tenía ni más ni menos que nosotros. Es decir que, comparando unas cosas con otras, nuestra vida era la de unos niños corrientes, de tipo medio." (Vid. pág. 13).

Su padre era relaciones públicas de una empresa que fabricaba computadoras, su madre no trabajaba y los seis vivían felices aguardando con ilusión que llegase el fin de semana para estar nuevamente juntos.

"Cuando los gemelos (Carrie y Cory) cumplieron cuatro años y Christopher catorce, yo acababa de cumplir los doce, y entonces hubo un viernes muy especial. Era el trigésimo sexto cumpleaños de papá, y decidimos prepararle una fiesta para darle una sorpresa." (Vid. pág.22). Ese fatídico viernes no hubo fiesta, cuando todo estaba listo, unos agentes acudieron a la casa para decirles que su padre había fallecido en un trágico accidente de automóvil. Y fue entonces que comenzó la pesadilla...

Su madre los reunió, las circunstancias para pagar facturas, alimentarse y poder sostenerse se ponían más difíciles cada día, todo estaba hipotecado. Les dijo que regresarían a la casa de sus padres, pero antes debían saber algo muy importante: "(...) hace muchos años, cuando tenía dieciocho, hice una cosa muy grave, algo que mi padre encontró mal y que mi madre tampoco aprobó, pero ella no me iba a dejar nada, de

manera que no cuenta. Pero, a causa de lo que hice, mi padre me borró de su testamento, de modo que, ya veis, estoy desheredada. Tu padre solía decir galantemente que yo "había caído en desgracia". Vuetsro padre siempre se las arreglaba para ver el lado bueno de todo, y decía que le daba igual." (Vid. pág. 41). Su esperanza estaba puesta en volver a ganarse el favor de su padre ahora que sus otros dos hermanos estaban también muertos. Les confeso también que su verdadero apellido no era Dollanganger, sino Foxworth (de renombre en Virginia).

Partieron en tren y llegaron al amanecer. Desde la estación de Charlottesville les quedaba una hora de camino que recorrieron a pie. Entraron en la oscuridad, los esperaba su abuela. El recibimiento fue tan frío y desgarrador... "-Y ahora, escuchadme bien -comenzó a decir, como un sargento instructor-: dependerá de vosotros de ahora en adelante, que sois mayores, el que los pequeños se estén callados, y vosotros dos seréis responsables si no obedecen las instrucciones que os doy. Recordad bien esto: si vuestro abuelo se entera demasiado pronto de que estáis viviendo aquí, os echará a todos sin daros lo que se dice ni un céntimo, ¡Y eso después de haberos castigado bien por estar vivos! Tenéis que tener siempre limpio el cuarto, bien aseado, y el baño también, exactamente como si aquí no viviese nadie. Y os estaréis callados sin hacer ruido; no se os ocurra gritar, o echar a correr o dar golpes sobre el techo de abajo. Cuando vuestra madre y yo nos vayamos esta noche de este cuarto, cerraré bien la puerta, porque no quiero que andéis dando vueltas de habitación en habitación y en el resto de esta casa. Hasta el día en que muera vuestro abuelo viviréis aquí, pero será como si no existierais realmente." (Vid. pp. 60 y 61).

No contenta con aquella actitud ante los cuatro niños, la abulea les dejó unas reglas por escrito que debían memorizar y cumplir a rajatabla. La primera noche, su madre entró en el cuarto en el que estaban encerrados los cuatro, les mostró con dolor y humillación los latigazos que recorrían su espalda, la abuela se lo ordenó como advertencia del severo castigo por lo que había hecho. Cuando se quedaron a solas los cinco, ella les habló de cómo había sido su infancia y la de sus hermanos, la opresión y las obligaciones... "Nuestros padres, al querer hacer que sus tres hijos se volviesen ángeles o santos, sólo consiguieron hacernos peores de lo que habríamos sido normalmente.

"(...) -Y así las cosas -siguió mamá-, un buen día entró en esta escena un guapo muchacho, que vino a vivir con nosotros. Era hijo de mi abuelo, un hombre que murió cuando este joven tenía solamente tres años. Su madre se llamaba Alicia y tenía solamente dieciséis años cuando se casó con mi abuelo, que tenía entonces cincuenta y cinco años. De manera que, cuando dio a luz a un niño, pudo haber vivido para verle convertido en todo un hombre, pero, desgraciadamente, Alicia murió siendo todavía muy joven. Mi abuelo se llamaba Garland Christopher Foxworth, y cuando murió, la mitad de su fortuna debería haber pasado a su hijo menor, que tenía tres años, pero Malcolm, mi padre, se apoderó de esa fortuna haciéndose nombrar albacea, porque, naturalmente, un niño de tres años no podía tener ni voz ni voto en la cuestión, y tampoco pudo hacer nada Alicia. Una vez que mi padre lo tuvo todo bien asegurado, echó a Alicia y a su hijo menor, que se fueron a Richmond, a casa de los padres de Alicia, donde ésta vivió hasta que se casó por segunda vez. Tuvo unos pocos años de felicidad con un joven que la había querido desde niña y luego éste murió también. Dos veces casada y dos veces viuda, con un hijo joven, y con sus padres muertos también. Y entonces, un día notó un bulto en el pecho, y unos pocos años más tarde moría de cáncer. De esta manera fue como su hijo, Garland Christopher Fozworth, el cuarto de su nombre, vino a vivir aquí. Siempre le llamamos Chris, a secas. -Vaciló, apretó su brazo en torno a Chris y a mí-. ¿Os dais cuenta de a quién me estoy refiriendo? ¿Habéis adivinado ya quién era ese joven?

Yo me estremecí. El misterioso tío de mamá. Y murmuré:

-Es papá..., te estás refiriendo a papá.

-Sí- afirmó ella, y suspiró hondamente." (Vid. pp.117 y 118).

Supieron en ese instante que su padre, tres mayor años mayor que su madre, era también el tío de ésta. Llegó a sus vidas inocente y con un gran corazón, había vivido la pobreza y el dolor. Aquel amor que nació entre ellos fue condenado desde el primer instante por sus padres y ambos tuvieron que marcharse. Hoy, en el presente, ella se sentía obligada a recuperar el afecto de su padre, a conseguir el perdón y que a través del mismo volviese a incluirla en el testamento. Eso haría que pudiesen irse y que para los cinco comenzase una nueva vida lejos de allí.

Tras ser conocedores de aquel secreto de familia, empezaron a pasar días y noches y los cuatro seguían encerrados, sin la luz, sin el aire y sin cariño. Los gemelos echaban de menos a su madre y no comprendían la situación. Cathy y Chris hacían de padres, preocupándose, siendo extremadamente responsables, pero... no era una situación normal ni tampoco ellos tenían edad ni condición para desarrollar aquel papel. Les dejaban comida y su madre les llegaba regalos. Con cada nueva visita, más bella y con más joyas... estaba radiante.

Poco a poco se fueron distanciando las visitas, llevaba más de dos meses sin verlos y cuando lo hizo, les anunció entusiasmada que se había casado nuevamente. Y ellos seguían allí, consumiéndose en una habitación y un ático con ratones y humedad, con frío en el invierno y con bonitas flores de papel que ellos mismos habían hecho para dar alegría a tan triste lugar y a tan injusto encierro. A lo largo de esta estancia, se suceden escenas muy dolorosas, castigos y temores.

Viendo que nada va a cambiar, Chris y Cathy comienzan a tramar su fuga. Tras varias alternativas, desechan la de descender por el tejado pues los gemelos son aún muy pequeños. Un día, tras un descuido de su madre durante la visita, él coge las llaves, se va al baño y allí, con una pastilla de jabón logra sacar el molde de las mismas para luego tallarlas en madera. Funcionó el invento y esto les permitió varias incursiones al dormitorio de su madre del que fueron llevándose dinero poco a poco cada vez que ella y su nuevo marido salían a alguna fiesta o a cenar.


Y entonces, Cory enfermó, la fiebre lo consumía de forma galopante. No hubo más remedio que decírselo a la abuela y a su madre, que suplicarles para que lo viese un médico. Ellas, asustadas, se lo llevaron al hospital y aunque Cathy les rogó que le dejasen ir con él, no pudo ser. A la mañana siguiente, con frialdad, les dijeron que había fallecido, la neumonía acabó con su existencia y nada pudieron hacer para salvarlo. Ya estaba enterrado, eso sí con un nombre falso. Sintieron los tres que el corazón se les partía y la pequeña gemela dejó de hablar.


El tiempo pasaba y tenían que escaparse de allí cuanto antes, la única esperanza estaba en llevarse también las joyas, pero... Chris descubrió que se habían marchado dejando todo vacío. Mas, aquello no era todo, con dificultad le dijo a su hermana que su abuelo no estaba, que había fallecido tiempo atrás  y que... logró enterarse de que, en pequeñas dosis, los donuts que les llevaban contenían veneno. Su propia madre había sido la artífice de tan cruel acción, por ello Cory había muerto.

Salen de la casa en la noche, con ellos se llevan las pruebas y el dinero. Pero... es Cathy la que decide no incriminarla y se deshace de lo que llevaría directamente a la cárcel a aquellas dos mujeres que ya no quería ni recordar.

Tomaron el tren, para los tres una vida comenzaba. Siempre estarían juntos, siempre.



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