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La tormenta de nieve

Actualizado: 26 oct


Autor: Lev Tolstói

Traducción de Sema Ancora

(75 pp) – Ed. Acantilado, 2010

Título original: Metel (1856)


Hacía tiempo ya que quería volver a la pluma de este autor, adentrarme en su fascinante narrativa y la precisión con la que perfila a cada uno de sus personajes. Recordar lo que sentí con Guerra y paz y con Anna Karénina me animaban una y otra vez a leer esta obra en ruso, pero siento que voy perdiendo mucho vocabulario y cada vez me cuesta más. Así que... ha sido una lectura breve y placentera, como leer un cuento antes de dormir en una noche tan fría de invierno en la que el calor del hogar y una buena infusión junto al libro, son un placer inmenso para mi alma.


En 75 páginas vivimos un viaje en compañía de una temible borrasca de nieve y viento. A través de la narración de su protagonista, sentiremos el miedo, la angustia de encontrarse perdidos, el frío...

" Pasadas las seis de la tarde, tras haber bebido té hasta la saciedad, salí de una estación que no recuerdo ahora cómo se llamaba, pero sí recuerdo que no estaba lejos de Novocherkask, en tierras de los cosacos del Don. Ya había oscurecido cuando, cubriéndome bien con un grueso abrigo de piel y una manta, me senté al lado de Alioshka. Parecía que más allá de la estación de postas el tiempo fuese templado y tranquilo. Aunque no caía nieve, no se veía ni una sola estrella y el cielo daba la impresión de estar extraordinariamente bajo y negro, si se comparaba con la inmaculada llanura nevada que se extendía frente a nosotros.

Apenas habíamos dejado atrás las oscuras siluetas de los molinos -uno de ellos movía torpemente sus enormes aspas -y la ´stanitsa´ (aldea cosaca), cuando me di cuenta de que el camino se volvía más difícil, había más nieve acumulada, el viento me golpeaba con mayor fuerza por el lado izquierdo, hacía ondear las colas y las crines de los caballos de ese lado y, tozudo, hacía revolotear la nieve que levantaban los patines del trineo y las pezuñas de los caballos. La campanita se oía cada vez menos, un hilo de aire helado se coló por una minúscula abertura en una de las mangas de mi abrigo, recorriéndome la espalda, y en ese momento recordé que el maestro de postas me había aconsejado no viajar, porque corría el riesgo de errar la noche entera y acabar congelado por el camino." (Vid. pp. 5 y 6).

Así comienza la narración del desafortunado viaje y así, ya desde su inicio... sentí que quería conocer el final.

"No tenía ningunas ganas de volver, pero la perspectiva de pasar la noche entera errando en el frío y la ventisca en medio de una estepa absolutamente desnuda, como es esa parte de las tierras de los cosacos de Don, me parecía muy poco atractiva." (Vid. pág. 7).

En el camino encontraron otros viajeros que como ellos se enfrentaban a las inclemencias meteorológicas. Les tranquilizó escuchar la campanilla del trineo de Correos y las demás que parecían acercarse. Y quizá... así, más acompañados, un cierto alivio acudió a ellos.

"La tempestad era cada vez más fuerte y la nieve caía seca y menuda; tuve la sensación de que comenzaba a helar: acusaba mucho más el frío en la nariz y en las mejillas, con mayor frecuencia sentía correr por debajo de mi grueso abrigo de piel una corriente de aire helado y tenía la necesidad de arroparme. De cuando en cuando, el trineo chocaba ligeramente contra una dura capa de hielo de la que el viento había barrido la nieve. Llevaba recorridas más de quinientas verstas sin haber hecho noche en ningún sitio, de modo que aunque me interesaba vivamente la manera en que saldríamos de aquel atolladero, los ojos se me cerraban y cabeceaba." (Vid. pág.23).


Y en esos momentos en que le vencía el cansancio, volvieron a él recuerdos envueltos en sueños siempre tocados por el dolor, como aquel día en que un hombre se ahogó. La muerte y la vida... Con asombrosa maestría los detalles de su prosa te llevan a cada instante.

Cambia de coche y siguen avanzando con dificultad. "Y, de pronto, en medio de la nieve que le ha cubierto casi por completo el tejado y las ventanas, aparece cerca del camino una casita con un letrero. No lejos del bodegón, está detenida la troika de los caballos grises, crespos por el sudor, las patas esparrancadas y las cabezas gachas. Delante de la puerta han quitado la nieve, y han dejado allí la pala: pero el sibilante viento sigue haciendo caer y revolotear la nieve acumulada en el tejado." (Vid. pp. 69 y 70).

Al resguardo, bebieron hasta el último trago para calentarse y así... un 11 de febrero de 1856 termina esta corta novela con las acertadas palabras del cochero a su amo: "-Y, con todo, lo hemos depositado sano y salvo, señorito -dijo." (Vid. pág.75).


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LevTolstoi (YasnaiaPoliana,1828 –Astapovo,1910) escribe este breve relato con tan solo 28 años trayendo a su recuerdo lo vivido en un viaje en que acompañó a su hermano Nikolai, en unas circunstancias difíciles para éste.

Su forma de narrar es tan perceptible por los sentidos que hasta podemos notar el frío de la nieve, su color en la noche, el sonido de los cascos de los caballos que la golpean con furia, las campanillas de los trineos, los gritos y orientaciones de los cocheros....

Consigue magistralmente transportarnos a la estepa rusa y el viento gélido nos envuelve. Sublime la fuerza de los primeros rayos de sol y esperanzador el final de lo que pudo ser toda una tragedia.


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