Autora: Pilar Cernuda
(356 pp) – EDITORIAL LA ESFERA DE LOS LIBROS, 2018
¡Qué difícil se me hace escribir sobre este libro que tanto me ha llegado al corazón!
Desde el inicio, mis emociones han estado a flor de piel y son muchos los momentos en que he llorado sintiendo el dolor de sus personajes, el desarraigo, las dudas y temores; viviendo con ellos sus logros y también la tremenda soledad del que se va y del que se queda.
Me lo dejó mi madre y fue ella la que me advirtió: "Te gustará, pero con él llorarás". Así ha sido.
He de reconocer que tuve que abandonarlo por unos días. El dolor era tal que, tras cerrarlo y disponerme a dormir, revivía la tristeza de todas esas personas que emigraron buscando un futuro mejor y la tristeza también de todas esas esposas, madres, hermanas, hijas que se quedaron aquí esperando a los que no sabían si volverían algún día...
Galicia es una tierra de emigrantes. En mi familia nadie ha tenido que marcharse, pero sí lo han hecho personas que tengo cerca y a las que quiero. Escucharlas me parte el corazón, siento que aunque hayan regresado, no terminan siendo ni de aquí ni de allí. Muy dura esta realidad y más dura aún sabiéndose verdadera.
El libro intercala ambas historias: la historia de Manuel y la de Antonio (su nieto). Está tan delicadamente perfilado todo que cada capítulo nos sitúa en la vida de uno u otro. Entre paréntesis vemos sus nombres o el de un amigo, una madre, una esposa... lo que hace que los saltos en el tiempo nos recoloquen fácilmente en el momento presente sobre el que vamos a leer, en la historia de cada uno de ellos que... finalmente acaba siendo una.
En dos momentos diferentes del siglo pasado, ambos (Manuel y Antonio, su nieto) emigran a Buenos Aires y dejan en Ventos, esposa e hijos. Cruzar el Atlántico suponía una nueva vida, la oportunidad de prosperar.
Es increíble la descripción que hace la autora de ello, de todo lo que suponía el arreglo de los papeles, de lo costoso y tedioso que era para familias tan humildes y de lo larga y miserable que era la travesía, en unas condiciones insalubres que lejos de aliviar, hacían aún más pesarosa la partida.
Las normas que la compañía naviera imponía a los emigrantes eran tan restrictivas e inflexibles que uno podía hacerse a la idea de que la travesía se haría difícil y había que estar muy convencido de querer partir, pues todo eran incertidumbres. Se marchaban sin saber cuándo regresarían, pero la falta de perspectivas de futuro obligaba a buscar otro horizonte en el que aún se dibujaba cierta esperanza. En todos los hogares se escuchaban los mismos argumentos por parte de los que se arrestaban a viajar: regresarían, con dinero, lo antes posible.
Superar el viaje en situaciones de tanta precariedad Manuel lo consideraba ya un signo de que podría soportar todo, por malo que fuera lo que le esperaba. El equipaje voluminoso debía ser almacenado en la bodega porque las maletas impedían el paso entre las literas y obstaculizaban el buen funcionamiento del tubo de ventilación. De modo que cada pasajero únicamente podía tener consigo un bulto pequeño, una bolsa con lo indispensable. Era necesario disponer de al menos una muda a bordo y de jabón con el que asearse y lavar la ropa. Aconsejaban guardar a mano la ropa del desembarco, teniendo en cuenta que las estaciones climáticas en Argentina eran opuestas a las de España. En invierno coincidía con el verano español, y el verano con el invierno.
Por otra parte, no se admitía el embarque de mujeres solas con hijos menores de quince años, ni de hombres mayores de sesenta. A los jóvenes menores de quince se les permitía viajar siempre que lo hicieran acompañados de un adulto. En la aduana se impedía la entrada a cualquier persona con antecedentes penales, que hubiera padecido alguna enfermedad con anterioridad o presentara síntomas de tuberculosis, lepra, tifus o tracoma, o sufriera algún tipo de discapacidad. (vid. pp. 84 y 85)
Ellas, sus esposas, se quedaban aquí. Muchas veces sin saber si ellos regresarían a no: viudas en vida. Fuertes y llenas de esperanza, luchadoras siempre.
Manuel Padín partió en busca de ese futuro y jamás regresó. En Buenos Aires formó una nueva familia con Rosa y tuvo tres hijos más a los que llamó con los mismos nombres que a los tres que había dejado en Galicia.
Un buen día en que Antonio (el nieto de Antonio) y su primo estaban en un restaurante con un grupo de amigos y conocidos, escuchó que a uno de ellos lo llamaban Padín. Sorprendido, se presentó ante él y le contó que era de Ventos y que años atrás, su abuelo Manuel también había emigrado a Argentina. Se hizo un silencio total... ambos se dieron cuenta sin necesidad de muchas explicaciones... de que eran primos y de que Manuel, era el abuelo de ambos.
Con calma y una precisión que perfila perfectamente a todos y cada unos de los personajes, vamos viendo cómo sus vidas toman diferentes caminos. Manuel, logra comenzar a trabajar en un taller de tejidos que gracias a Saúl y su familia crece y crece llegando a abrir tiendas de ropa que reproducen a la perfección los diseños parisinos que tanto gustaban en aquel momento. Allí, conoce a Rosa y se enamora como nunca antes lo había estado. Rosa era bordadora.
En ese ambiente tan alejado del que había vivido en su Ventos natal, tan distinto que a veces le costaba recordar sus orígenes, se fue produciendo el cambio en la vida de Manuel. Muy gradualmente, pero siempre hacia adelante. Estaba contento también porque Ángel (su incondicional amigo) empezaba a despegar... (vid. pág. 122)
Ángel será el apoyo de Manuel y también la voz de su conciencia. Conocedor de la historia entre él y Rosa, desde el primer instante le recuerda que tiene una esposa que lo espera en Galicia y unos hijos que necesitan un padre. Más el amor que Manuel siente por Rosa, lo lleva a mentir y a vivir con un engaño que lo acompañará hasta sus últimos días. Por miedo a perderla, no le cuenta la verdad y se casa con ella.
Será Santiago, tras haber conocido a su primo Antonio, quien revele la verdad a Dolores (su tía, hija menor de Manuel y Rosa). A su abuela se le parte el corazón y conmueve su reacción. Siempre alegre y vital, Rosa es el alma de la familia, quien mantiene unidos a hijos y nietos y la mujer que ha hecho inmensamente feliz a Manuel. Tras dos días sin hablar ni comer, comprende que él lo ha hecho por temor a perderla.
Antonio es recibido con todo el cariño por su nueva familia. Se enamora de Mabel (nieta de Ángel) y viven una bonita historia que termina cuando él le dice que regresará a Galicia pues le hizo en su día una promesa a Maruxa: "volveré a buscarte".
El dolor de la verdad y el dolor de las despedidas. La muerte de Manuel y el amor tan verdadero de Rosa.
Ahora mismo, se desdibujan ante mí las líneas y me cuesta hallar la serenidad para escribir. He llorado mucho, mucho. Rosa me recuerda tanto a mamá...
- No me recuperaré nunca, Antonio, vivir sin Manuel es una cruz, la soledad se me hace insoportable a pesar de que nunca estoy sola, todos tan pendientes de mí. Pienso en tu abuelo nada más despertarme y me duermo pensando en él, eso me consuela; y estoy convencida de que está aquí conmigo, y también eso alivia mi pena. Hago lo que pienso que él querría que hiciera, por eso procuro estar de buen ánimo, intento aparentar que estoy bien cuando venís a verme, me arreglo para vosotros, trato de seguir vuestras conversaciones... (vid.pág.306)
Antonio elige entre el deber y la pasión y vence el primero de ellos. Cuando regresa a Ventos, su esposa Maruxa rompe una relación con Pablo al que, desde el principio, había dicho que cuando su marido regresase, estaría a su lado. En Galicia lo esperaba ella, Virtudes (madre de Antonio) y sus dos pequeños hijos. No es fácil volver a convivir juntos dejando lejos los recuerdos, ambos han vivido historias que se intercalaron en su matrimonio y la dureza que supuso la separación; pero poco a poco... con la alegría de los niños y los principios en el alma, termina la novela con una vida feliz y esperando todos en el aeropuerto a Isabella que vuela desde Argentina para ser la madrina de la niña que espera Maruxa.
De todos sus personajes algo se ha quedado para siempre en mi recuerdo y en especial: la nobleza y responsabilidad de Antonio, el valor de la familia y la bondad de Rosa y la alegría dicharachera de Isabella (dueña de "La Estrella" junto a su hermano Emilio) siempre dispuesta a ayudar y con un corazón dispuesto a escuchar.
Leer esta novela me ha acercado a una realidad que fue realmente desgarradora. Las condiciones eran malas aquí y había que buscar un futuro mejor. Los gallegos sentimos "morriña" y "saudade" pues hay un vínculo especial que nos une a nuestra tierra y vernos lejos de ella, apaga nuestra sonrisa por momentos. ¡Y cuántos fueron los que no regresaron y formaron allí nuevas familias!
“Los personajes no existen y sus vivencias no han sucedido. Pero casi todo lo que ocurre a unos y a otros son historias que he escuchado a lo largo de mi niñez y juventud a la infinidad de emigrantes de mi valle que regresaron a casa, así como a las familias que esperaron durante años su regreso, que en muchos casos nunca se produjo. Historias que me impresionaron y que con frecuencia me quitaron el sueño. Y me provocaron una admiración sincera e inconmensurable, que aún persiste, hacia las mujeres que dejaron atrás. Las mujeres que fueron el soporte y sostén de las familias gallegas vacías de padres y hermanos”, explica Cernuda.
La nota final de la autora y los agradecimientos contribuyen a SENTIR TODAVÍA MÁS EN EL ALMA ESTA HISTORIA QUE JAMÁS OLVIDARÉ. Escribiría más sobre ella, pero las lágrimas no me dejan.
Ojalá la leas y sientas como yo he sentido ese Atlántico que al cruzarlo, tantas vidas cambió.
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